Huracán Erin cambio climático
El huracán Erin sorprendió al mundo por su rapidez y tamaño descomunal. En solo cuatro días pasó de tormenta tropical a huracán categoría 5, con vientos de 260 km/h. Su núcleo mostró rayos y turbulencia extrema, lo que refleja el poder de los océanos cada vez más cálidos.
Los satélites de la NOAA captaron imágenes únicas de su evolución. El GOES-19 mostró cómo un cúmulo nuboso se transformó en un sistema perfectamente definido. Relámpagos alrededor del ojo revelaron la violencia de su interior y ofrecieron información crucial para los pronósticos.
Ciencia y tecnología contra la incertidumbre
Mientras los satélites seguían cada movimiento, los “cazadores de huracanes” de la Fuerza Aérea de Estados Unidos entraban en el sistema. Estos vuelos arriesgados midieron presión y vientos directamente. Gracias a esos datos, las alertas a la población fueron más precisas.
El 18 de agosto, Erin alcanzó un ojo de 56 kilómetros y vientos que se extendían 370 kilómetros desde el centro. Esa magnitud aseguraba impactos incluso lejos de la costa.
Costas en alerta
Aunque se mantuvo en mar abierto, Erin provocó emergencias. Carolina del Norte decretó evacuaciones en Ocracoke. En Bermudas, las olas de siete metros amenazaban con inundaciones. El Centro Nacional de Huracanes advirtió que corrientes y marejadas podían ser mortales en playas tranquilas.

Una señal del cambio climático
La velocidad con la que Erin se intensificó preocupa a la comunidad científica. Océanos más cálidos entregan más energía a los ciclones, mientras que la atmósfera cargada multiplica las lluvias.
El Atlántico registró temperaturas récord, y Erin se suma a una lista creciente de huracanes extremos. Lo extraordinario podría volverse común en las próximas décadas.
Aunque no golpeó de lleno en tierra, Erin dejó una advertencia clara: los océanos calientes traerán tormentas más intensas, y solo la prevención y la ciencia podrán reducir sus daños.